(The Real Paper, Boston, mayo de 1974)
El crítico musical Jon Landau (más tarde su productor y manager) no se equivocaba: aquel chico de New Jersey iba a ser el futuro del rock.
Tres décadas después, con algo menos de pelo, la banda de siempre y las mismas ganas de comerse el mundo, Bruce Springsteen representa el pasado y quizá el porvenir, pero por encima de todo el presente. No en vano, desde hace unos meses lleva a cabo una extenuante gira que desembocará en España a mediados de julio.
Sigue llenando estadios, incluso más que en los años ochenta; sus espectaculares directos acogen a diversas generaciones de público; sus discos y dvd's no dejan de venderse pese al auge de las descargas por Internet... Hasta el Vaticano le da su bendición.
¿Dónde reside su poder de convocatoria? Analicemos. Su música no pasará a la historia por su originalidad: rock con pizcas de country, folk y blues, con arreglos clásicos, heredero de Elvis o Chuck Berry, y también -¿quién, si no?- de Bob Dylan.
Sin embargo, el Boss (apelativo que a él, por cierto, no le agrada en absoluto) sólo se parece a sí mismo.
Y eso que su mayor virtud tampoco es el virtuosismo instrumental: se defiende con la guitarra, aporrea más o menos bien el piano y sabe hacer sonar la armónica. Aunque sí, de acuerdo: su particular voz (desgarrada, emotiva) y su indiscutible carisma le garantizan multitud de seguidores. Y qué decir del inimitable grupo de músicos que lo acompaña: la mítica E-Street Band.
Pero hay otro motivo de peso; tal vez el factor diferencial más importante: sus letras.
Springsteen sabe expresar el sentir del pueblo, sus preocupaciones cotidianas: el trabajo, el amor, la religión, la familia, el sexo. Todo ello sin renunciar al lirismo. Poeta de las calles, patriota y, como tal, influido por la obra de Faulkner o Flannery O'Connor, desarrolla tramas completas en sus larguísimas canciones, cargadas de nombres propios (Mary, Wendy) y postales de la cara menos amable del sueño americano.
En uno solo de sus temas puede haber más palabras que en un álbum completo de otros artistas. Los versos se encadenan, a veces sin culminar en un estribillo definido. Eso queda de manifiesto en su disco más emblemático, aquél que lo convirtió en una estrella mundial: Born to run (1975).
Enérgico. Rotundo. Monumental. Ocho canciones que costaron años de grabación, hasta el punto de que Springsteen y los suyos se la jugaban a "todo o nada": si no hubieran triunfado -reconocieron más tarde- la compañía los habría despedido.
Afortunadamente, fue un éxito absoluto de ventas y de crítica. Mostró la impresionante evolución de un joven que apenas acababa de empezar (era su tercer álbum) pero se sabía nacido para la gloria. Su enorme ambición se había manifestado en interminables sesiones a cara de perro en las que llevaba al límite a sus compañeros de fatiga, como el saxofonista Clarence Clemmons. Eso sí: la exigencia del Boss comenzaba consigo mismo. Pulir las letras al máximo se convirtió en su obsesión.
¿El resultado? Narraciones impecables, retorcidas y densas como la que da título al disco. Born to run es un tema eufórico, contundente como un relámpago, y una rarísima excepción: pocas canciones tan populares se incluyen al mismo tiempo entre las mejores composiciones de sus autores.
En el vídeo se traduce al castellano, de forma poco ortodoxa, la letra original.
En Born to run toma forma uno de los tópicos temáticos de Springsteen: la huida hacia la libertad a través de la carretera. Un grito de juventud acerca de una última oportunidad ("last chance power drive /... but there's no place to hide") que simboliza asimismo la encrucijada que suponía esa canción para su carrera como cantante. Contiene algunos de los mejores versos de la historia del rock:
"Esta ciudad te arranca los huesos de la espalda,
es una trampa mortal, es una llamada al suicidio.
Tenemos que salir de aquí mientras seamos jóvenes,
porque vagabundos como nosotros nacimos para correr".
Por si no fuera suficiente, Born to run (el álbum) contenía otros tantos temas de esos que por sí solos merecerían ser recordados. Ninguno está de más, no hay rellenos. Destaca, como insuperable despedida, la muy descriptiva y épica -en lo musical y en lo literario- Jungleland:
"Afuera, la calle está ardiendo en un vals de la muerte entre la carne y la fantasía.
Y los poetas, aquí, no escriben nada,simplemente observan y dejan pasar las cosas,
y en el vértigo de la noche buscan su momento e intentan una honrosa resistencia.
Pero acaban heridos, ni siquiera muertos..."
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