lunes, 5 de mayo de 2008

Romántico (y provisional) epílogo


"La conciencia de su soledad, de su desvalimiento [...], la separación humana es la fuente de la vergüenza, la culpa y la angustia".
(Erich Fromm, El arte de amar)


Este Don Juan del siglo XXI no había dicho su última palabra.

Después de décadas negándose su condición de romántico empedernido, se atreve por fin (irreconocible: casado, con tres hijos, un bigotón y sin adicciones) a dedicar un disco casi por completo al amor: No more shall we part (2001). En castellano: "Nunca más tendremos que separarnos", un título -reconozcámoslo- verdaderamente optimista. El primero de toda su carrera.

La cosa, estaba claro, iba de cambios. Del torturado poeta de los damnificados, hermano del punk y la violencia, pasamos a un estable autor con horario de oficina (de 9 de la mañana a 5 de la tarde) durante el cual escribe canciones. Afortunadamente, su creatividad no se resiente: simplemente toma otro camino y lo aprovecha al máximo. Más contenido y evocador, menos maniático, conjuga la poesía de sus textos con el tono apaciguado de sus melodías y arreglos.

Hay lugar para recordar dolores pasados, como en el tema que da título al disco:

"Los contratos están acordados, el anillo está asegurado en el dedo

y nunca de nuevo mis cartas comenzarán

tristemente o en las profundidades del invierno"


(And no more shall we part)


También se permite un fugaz regreso a su época agresiva de rebelde sin causa (Fifteen feet of pure snow) donde caben, por supuesto, los símbolos:

"Los problemas que has tenido,

los leones que te llevaron a yacer en el suelo".

(Sweetheart come)

Incluso estructuras narrativas más propias de un relato en prosa (o verso libre) que de un formato tan restringido como la canción:

"La marea de la opinión pública había comenzado a apaciguarse [...] me senté, buscando la presencia de un Dios. Busqué en los dibujos de un libro encuadernado en piel. Encontré un cordero desdibujado dormitando sobre un charco de sangre, y un Jesús con branquias temblando en el anzuelo de un pescador".

(Darker with the day)

Aunque tras un pasaje tan fervientemente religioso como este último, confiesa, de forma tímida y tardía:

Muchacha, parece que haga tanto tiempo

desde que te marchaste

Y yo tengo que decir

que se me hace más oscuro conforme avanza el día".




Ése es su tono más personal: el que alterna las pasiones y los temores cotidianos con las obsesiones devotas. Así, una escena aparentemente plácida se vuelve turbadora:

"Mi esposa yacía completamente despierta. Yo la besé suavemente en la frente. Intenté no hacer ningún ruido, pero con ojos de piedra ella me miró y amablemente me estrechó la mano. Llámalo una premonición, llámalo una loca visión. Llámalo intuición, algo aprendido de la madre, pero cuando me miró desde abajo hacia mí pude ver claramente la Espada de Damocles colgando directamente sobre ella¡ Oh Dios!¿Cómo te he ofendido?"

(Oh my lord)

Pese a la maestría de sus composiciones, algunos de sus seguidores le acusaron de una cierta monotonía, de falta de riesgo y artificiosidad. No obstante, más que estas críticas, lo evidente es que Cave no explota al máximo el talento de los músicos que lo acompañan, y que apenas intervienen en un conjunto de canciones con una mínima instrumentación.



Tras el fallido Nocturama (2003), del que se rescata la pegadiza Bring it on, Cave alcanza su máxima madurez como compositor en el doble Abattoir Blues / The lyre of Orpheus. Después de una primera parte muy rockera, en lo que correspondería a su "cara B" da rienda suelta a su oficio de escritor concentrado y metódico. Su cómoda -casi rutinaria- vida familiar no le impide expresar, en Carry me, una petición desesperada:

"Ven y bebe de mí o date la vuelta y nunca más me recuerdes".

Y eso que ya no trasnocha. Ni convive con mujeres fatales. Ni le parten el corazón.

Apenas queda nada del enfant terrible; pero Nick Cave, todavía inspirado, no fuerza la pose: nunca peca de rimbombante ni de tópico. Su delicadeza, la autenticidad con la que define los sentimientos, se refleja de forma inmejorable en la joya del disco: el vals Babe, you turn me on, donde huye de la trascendencia gracias a las pinceladas de sorna ("Con una mano en tu redondo corazón maduro / y otra debajo de tus bragas"). Y en el momento de la verdad sabe traducir a palabras emociones universales:

"Todo se colapsa / Y el sentido de la moral nos ha abandonado

Es sólo la historia que se repite a si misma.

Y nena, tú me enciendes. Como una idea.

Como una bomba atómica."

Versos deliciosos combinados a la perfección con arpegios de piano, batería con escobillas, suaves guitarras... y la voz de Cave recitando, susurrando, seseando. Hasta se atreve a simular con la boca el sonido de una explosión. Si lo hiciera cualquier otro, sería patético. En él resulta sublime.



En definitiva, aunque en su último disco (Dig, Lazarus, Dig!!!) y en su otro grupo -Grinderman- haya recuperado su vertiente más enérgica y menos romántica, Nick Cave ya no parece avergonzarse de componer canciones de amor. Han dejado de ser la excepción de su repertorio, aunque tampoco se han convertido en la regla. El cantautor australiano ha interiorizado, de una vez por todas, lo que explicaba Erich Fromm en El arte de amar:

“Mientras tememos conscientemente no ser amados, el temor real, aunque habitualmente inconsciente, es el de amar. Amar significa comprometerse sin garantías... el amor es un acto de fe”.

4 comentarios:

Peter dijo...

Pero bueno, tu dejando tus huellas en la blogosfera y yo sin enterarme.. ahora ya no porque es tarde, pero le echare un vistazo al blog que tiene buena pinta..
salu2

Anónimo dijo...

¡Qué terrible el "no le parten el corazón" en negrita de color rojo!

Anónimo dijo...

¿Desvalidez? Desvalimiento...

J. Heras dijo...

Cierto, desvalimiento. Lo copié directamente de mi edición del libro (Paidós) y ni me planteé que estuviera mal. Gracias.